← Boletín 4 - Marzo 2019

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Boletín digital de Educación Integral en Sexualidad para América Latina y el Caribe

Haciendo camino al andar (1)

Avanzando hacia la salud sexual integral. Reflexiones sobre género, masculinidades y nuevos desafíos para resolver viejas cuentas pendientes

Por Ángel Gash-Gallén (Departamento de Fisiatría y Enfermería, Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad de Zaragoza, España) y Jorge Marcos Marcos (Grupo de Investigación de Salud Pública, Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad de Alicante, España).

Se presentan reflexiones sobre la importancia de analizar las relaciones afectivo-sexuales desde un enfoque relacional de género, y la necesidad de implicar a los varones en la salud sexual y reproductiva para la construcción de espacios igualitarios y equitativos que permitan el ejercicio pleno de la sexualidad de todas las personas.

Resumen

Para un acercamiento positivo y respetuoso hacia la sexualidad y las relaciones afectivo-sexuales, es necesaria la implicación de los hombres en la salud sexual y reproductiva. La Oficina Regional para Europa de la Organización Mundial de la Salud lanzó en 2018 su estrategia para la mejora de la salud de los hombres con perspectiva de género, destacando que la responsabilidad de una vida sexual sana es individual, pero al mismo tiempo compartida. Un enfoque relacional de género permite comprender cómo construimos nuestras interacciones afectivo-sexuales y cómo nos posicionamos según los imperativos de género. Los chicos de hoy manifiestan formas sutiles de dominación y encasillamiento en viejos estereotipos sexuales. La falta de referentes y el acceso a una pornografía androcéntrica, crea imaginarios nocivos, que también se dan en hombres con identidades disidentes. Somos agentes de transformación, con capacidad para poder establecer relaciones libres y responsables, y, por tanto, de construir espacios más igualitarios y equitativos.

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Cuando en el año 2006 la Organización Mundial de la Salud aportó la definición de salud sexual, además de remarcar la necesidad de que los derechos sexuales de todas las personas se respeten, protejan y cumplan para que ésta se logre y se mantenga, destacó la importancia de un acercamiento positivo y respetuoso hacia la sexualidad y las relaciones sexuales (WHO, 2006). El grupo de personas expertas consultadas, a la luz de los cambios en el terreno de las libertades y derechos humanos, ponían sobre la mesa la necesidad de una visión integral y actuar a nivel global para reducir barreras a dicha salud sexual, siempre influenciada por aspectos personales, contextuales y estructurales.

Pero hasta épocas muy recientes, para la sociedad en general y también para órganos de toma de decisiones, sobre todo en el terreno educativo, pareciera que la salud sexual, especialmente cuando ésta se relaciona con el ámbito reproductivo, no fuera una cuestión a la que todas las poblaciones tuvieran acceso de forma libre, responsable y con autonomía propia para la toma de decisiones. El control sobre las mujeres y sobre las personas sexo-género disidentes en el ámbito reproductivo y sexual ha sido, de forma más o menos visible, la tónica dominante. Así, las indicaciones de esta definición de salud sexual integral están lejos todavía de ser cumplidas. Es necesaria la implicación de los hombres en la salud sexual y reproductiva, favorecer el desarrollo de todas las funciones de la sexualidad humana (desde el conocimiento y placer hasta la comunicación y reproducción) de forma responsable, tanto en las decisiones que impactan a nivel personal como interpersonal.

Precisamente haciéndose eco de estas necesidades, que favorecerían la vivencia de una sexualidad plena para todas las personas, OMS-Europa lanzó recientemente su estrategia para la mejora de la salud de los hombres en perspectiva de género (WHO, 2018). Esta estrategia nos recuerda que la responsabilidad de una vida sexual sana es individual, pero también las relaciones afectivo-sexuales que las personas constituyen en sus interacciones cotidianas. Destaca la perspectiva del ciclo vital y que las funciones que tiene la sexualidad para el desarrollo de las personas, además de la reproductiva, se dan en todas las etapas de la vida.

Para acercarnos a esta visión de la salud sexual desde un punto de vista integral, es determinante considerar hoy en día la forma en la que se construyen, se entienden y se viven las relaciones afectivo-sexuales. La sexualidad, como hecho humano es un acto relacional, existiendo posicionamientos en cuanto a los valores y códigos normativos y en cuanto a las identidades de las personas involucradas. Posicionamientos que dependen de las estructuras socio-culturales, como el sistema de género binario cisheteropatriarcal. Las maneras en las que desarrollamos nuestras relaciones son actos de género y respondemos, desde la cotidianeidad a las exigencias de las jerarquías de género, generando una diversidad de identidades, cambiantes y dinámicas, en muchas ocasiones estigmatizadas, controladas o invisibilizadas.

El Enfoque Relacional de Genero (Connell, 2012), manifiesta que estas relaciones interpersonales, tamizadas por la estructura de género, son esenciales para mantener el sistema tal y cómo lo concemos. Podríamos decir que son las que hacen que esta salud sexual y reproductiva, no llegue a ser patrimonio de todas las personas. Esto es así porque el tamiz por el que pasan dichas relaciones obliga a posicionarnos a los hombres, y a todas las personas, a ejercer acciones que mantienen la desigualdad (desde las diferencias de poder, de control de la producción y reproducción, y también del control de los deseos, las emociones y los afectos).

Cada práctica sexual no es un acto corporal neutro que ocurre sin más; es la manifestación de la interacción entre la respuesta biofisiológica a estímulos y la manera en que la persona que realiza la práctica interpreta, incorpora y adapta (o pone en el terreno del juego sexual) sus propios deseos. Aquí tenemos dos implicaciones importantes para comprender las prácticas sexuales desde la un punto de vista integral. La primera es que las prácticas sexuales están llenas de significado, pueden suponer desde la catársis hasta la autoafirmación; la segunda tiene que ver con los deseos, que también son hechos que construimos a partir de las opciones que tenemos diponibles (Deleuze, 2005).

En el caso de los hombres, el posicionamiento que ejercemos en las relaciones afectivo-sexuales puede ser entendido desde la hegemonía, donde las prácticas sexuales están  impregnadas por estereotipos de dominación, asumiendo comportamientos de riesgo y no teniendo en cuenta las necesidades y deseos de las personas con las que nos relacionamos, llegando a situaciones de violencia. Otro tipo de posicionamiento sería cómplice con esta situación de dominación, pero crítico, y aquí veríamos la búsqueda de relaciones más coopeartivas, de cercanía con las otras personas, pero también desde la autodeterminación. En muchas ocasiones, en las prácticas sexuales que llevamos a cabo en nuestras relaciones afectivo-sexuales, nos mostramos de diferentes maneras, a veces totalmente alejadas de las formas en las que nos relacionamos en otras esferas de nuestra vida. Quizás estas serían hoy las relaciones que con mayor frecuencia mantienen los hombres heterosexuales con sus parejas que, aún cuando estén en la búsqueda de igualdad en las relaciones, manifiestan formas sutiles (aún poco exploradas) de dominación, de encajonamiento en viejos estereotipos sexuales sobre cómo deben comportarse los hombres en el terreno sexual (coitocentrismo, falocentrismo), siendo esto especialmente importante en los más jóvenes. La falta de referentes alternativos hace que las masculinidades se sigan construyendo sobre la base de viejos valores y el acceso a la pornografía androcéntrica, (re)creando imaginarios de dominación sobre las mujeres que refuerzan estos estereotipos negativos. Pero no debemos pensar que esta situación se da exclusivamente en los hombres heterosexuales. Las masculinidades diversas, las identidades disidentes, no siempre escapan al dominio del sistema de género. Las prácticas sexuales de riesgo también se producen con gran frecuencia entre algunos hombres gays y bisexuales, y la búsqueda de modelos masculinos hegemónicos, también construye sus escenarios de deseo, donde el poder, la dominación y la hipermasculinización tienen un papel protagonista (Gasch-Gallén, 2018). No se trata de deslegitimar la construcción de los propios e individuales, o también compartidos, espacios de deseo (las prácticas sexuales sadomasoquistas, el bondage y un sinfín de imaginarios sexuales son, por supuesto, enriquecedores y placenteros al practicarlos con respeto), sino de ofrecer alternativas globales, desde la amplia longitud de nuestros cuerpos, nuestras pieles e imaginarios creativos, para aquellas personas a las que no se les ha permitido construir espacios de placer fuera de las normas dominación-sumisión impuestas por el sistema de género binario.

Por todo ello, podemos también tener presentes ideas para ir hacia delante. De la misma manera que los actos de desigualdad, de poder y control son posicionamientos, podríamos decir teatrales, repetitivos y aprendidos (Butler, 2001), podemos decidir y actuar para cambiarlos y, como una forma de agencia (Esteban, 2008), llegar a la transformación hacia relaciones más equitativas tanto en el terreno sexual, como en el reproductivo.  Si entendemos que las prácticas sexuales son prácticas de género, que se ponen de manifiesto en las relaciones interpersonales, podemos jugar con aquellas que, desde la elección libre y responsable, más nos satisfagan y permitan llegar a disfrutar de todas las funciones y potencialidades de nuestra sexualidad, avanzando hacia el camino iniciado desde hace más de una década por organismos interesados en salud sexual; una salud sexual integral en la que deben tener cabida todas las personas.

La tarea que tenemos como agentes de salud es favorecer el aprendizaje, el autocuidado y el autoconocimiento desde el respeto a la diversidad y la comprensión de las maneras en las que las personas, especialmente los hombres, reproducimos o transformamos las exigencias de género, en nuestras relaciones afectivo-sexuales según el modo en cómo nos posicionamos entre la libertad y el respeto.

Referencias

  1. World Health Organization (2006). Defining sexual health: report of a technical consultation on sexual health, 28-31 January  2002 Geneva: WHO.
  2. WHO (2018). Strategy on the health and well-being of men in the WHO European Region. Copenhagen: WHO Regional Office for Europe.
  3. Connell, Raewyn (2012). Gender, health and theory: Conceptualizing the issue, in local and world perspective. Social Science and Medicine; 2012; 74:1657-83.
  4. Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (2005). El anti-Edipo. Capitalismo y equizofrenia. Buenos Aires. Paidós.
  5. Gasch-Gallén, Ángel; Tomás Aznar, Concepción; Rubio Aranda, Encarna (2018). Assessing gender stereotypes and sexual risk practices in men who have sex with men. Gac Sanit. 32 (6): 519-525.
  6. Butler, Judith (2001). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.
  7. Esteban, Mari Luz (2008). Antropología del cuerpo. Género, itinerarios corporales, identidad y cambio. Bellaterra. Barcelona.

Contacto: angelgasch@unizar.es / jorge.marcosmarcos@ua.es